Playa El Risco de Famara

por Pedro Rodríguez

La playa el Risco. Así se denomina a la playa más solitaria de Lanzarote. Localizada en la costa de Teguise, guarecida por el bello barranco de Famara, solo es posible acceder a ella por barco o bien bajando la vereda famosa como camino de Los Gracioseros.

Vale la pena el esfuerzo: La panorámica de Archipiélago Chinijo desde el que fuera un vital camino para los habitantes no tiene precio. La ruta, un zigzagueo progresivo de unos 40 minutos, resulta segura aunque conviene emprender el descenso con paso firme y la máxima cautela.

Desde el mirador de se perciben meridianamente los 500 metros de extensión de la playa, como su notable anchura (en determinadas zonas de hasta veinticinco metros), que garantiza una jornada de pacífico esparcimiento.

El Río, tal y como se define al brazo de mar que separa Lanzarote de La Graciosa, está por norma general en calma merced al cobijo del propio Risco de Famara. La estancia en ella es un abrazo directo a la naturaleza.

Contemplamos en el horizonte la coqueta figura de La Graciosa sobre la que se proyectan, un tanto más al norte, las islas de Montaña Clara, el Roque del Oeste y la misteriosa Alegranza.

Y estirados en la orilla, de espaldas a la marea, nos deleitamos con la impresionante figura del Risco de Famara, su quebradiza morfología y su explosiva combinación de colores ocres y rojizos salpicada de rebosante vegetación.

Es un cuadro emocionante al que ponen banda sonora las aves que sobrevuelan esta porción de tierra lanzaroteña. Esa será la única impertinencia que vamos a oír durante la jornada de playa. Ni tan siquiera los motores del barco que conecta Órzola (noreste de Lanzarote) con Caleta del Sebo (Capital de La Jocosa).

Dado el carácter pacífico de las corrientes marinas, el baño en el Risco es seguro. Como en otras calas del noroeste de Lanzarote, el caso de Famara es el más representativo, su ribera es amplísima y cuesta perder el pie.

Habrá que pasear varios metros para zambullirnos en las cristalinas aguas y de una riqueza de colores increíble. Viajar a la playa con niños, en consecuencia, supondrá un deleite para éstos, quienes van a poder juguetear a sus anchas en la arena, a la vez que nos olvidamos de ellos leyendo, jugando a las palas o bien paseando reposadamente.

Los hay con suerte, que disfrutan navegando estás aguas y se dejan llevar por el viento practicando kitesurf.

En el momento en que nos decidimos por un chapuzón comprobamos que no somos los únicos en darnos un abrazo a la naturaleza. A lo lejos, en el sur de La Graciosa, los veleros se posan en la costa de playa Francesa, mientras que un poco más al oeste adivinamos el baño de unos pocos en las faldas de Montaña Amarilla.

Estas ensoñaciones, tan reales como la vida misma, te llevan a soñar con un fin de semana en la llamada octava isla, que para nosotros siempre y en toda circunstancia fue la primera. Desconectar del mundanal ruido.

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