
¿Sabes esa sensación de estar buscando algo auténtico en medio de tanto folleto turístico y acabar en el mismo sitio de siempre? Pasa mucho, sobre todo en el sur de Tenerife. Pero de vez en cuando, te tropiezas con un rincón que todavía huele a salitre y a pueblo. Te voy a contar cómo es uno de mis favoritos: la playita de Alcalá, en Guía de Isora. No por la arena, sino por todo lo que pasa alrededor de ella.
No vengas aquí buscando una playa kilométrica para perderte. Esto es otra cosa. Alcalá es una cala pequeña, recogida, de arena oscura que quema un montón a mediodía, de ese picón que se te mete por todas partes. Lo que la hace especial es que está pegada al muelle. Siempre hay un par de barquillos de pesca amarrados, con sus redes secando al sol y ese olor a mar que lo impregna todo.
Aquí no vienes a tostarte ocho horas. Vienes a darte un baño tranquilo, porque el muelle la protege del oleaje y el agua suele estar como un plato. Es el tipo de playa donde los chiquillos del pueblo aprenden a nadar y los mayores se sientan en el murito a ver la vida pasar. Es un lugar de encuentro, el verdadero centro neurálgico del pueblo.
El mejor momento es a última hora de la tarde. El sol empieza a bajar, la arena ya no quema y el agua tiene esa temperatura perfecta. Te das un baño mientras ves cómo el cielo cambia de color y, si el día está despejado, la silueta de La Gomera se recorta en el horizonte. Es uno de esos atardeceres que no necesitan filtros. Y lo mejor viene justo después.
Este es el verdadero truco de Alcalá. El baño es solo la antesala de la cena. Alrededor de la playa hay varios restaurantes, de los de toda la vida, con manteles de papel y sillas de plástico. No te dejes engañar por las apariencias. Aquí se come uno de los mejores pescados frescos de la isla.
Cuando salgas del agua, con la sal todavía en la piel, te sientas en una de esas terrazas. No pidas la carta. Pregunta: “¿Qué tienen bueno de aquí hoy?”. Te traerán lo que los pescadores, esos de los barcos que veías desde la arena, han cogido esa misma mañana. Un cherne a la espalda, una sama roquera a la plancha, o si tienes suerte, unas viejas sancochadas con sus papitas arrugadas y su mojo. Es un sabor que te reconcilia con el mundo.
Sí, sin duda. Al estar protegida por el espigón del muelle, el agua es muy tranquila, casi no hay olas. Es ideal para que los más pequeños jueguen en la orilla sin peligro. Además, como es pequeña, los tienes controlados en todo momento.
Mi consejo es que evites las horas centrales del día, sobre todo en verano, porque la arena negra se calienta mucho. El plan perfecto es llegar sobre las cinco o las seis de la tarde, darte un buen baño y quedarte a ver el atardecer y cenar en alguno de los restaurantes del muelle.
Aparcar puede ser un poco complicado, sobre todo los fines de semana. El pueblo tiene calles estrechas. Mi recomendación es que dejes el coche en las calles un poco más alejadas del muelle y bajes dando un paseo. Alcalá es un pueblo agradable para caminarlo.
Además de la playa, ¿hay algo más que ver por la zona?
Claro que sí. Tienes un paseo marítimo muy agradable que conecta Alcalá con otras zonas. Si caminas un poco, encontrarás varias piscinas naturales y charcos de roca volcánica donde el baño es una gozada, sobre todo con la marea media o baja. Ojo con las piedras, que resbalan.
¿Cómo pido el pescado para que no me tomen por un turista?
Fácil. Entra al restaurante y, antes de sentarte, pregunta si te pueden enseñar el pescado del día. Te mostrarán una bandeja con lo que han traído los barcos. Elige el que más te guste por la pinta, pregunta cómo te recomiendan prepararlo (a la espalda, a la sal, frito…) y déjate aconsejar. Es la mejor garantía de frescura.
¿Te ha gustado este artículo? ¡Compártelo con tus amigos y familiares!