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Playa de Abama: Mi rincón 'secreto' en el sur de Tenerife

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Pedro Martel Autor

¿Sabes esas fotos de playas caribeñas que parecen casi retocadas? Pues en Tenerife tenemos una que les planta cara, pero con nuestro toque. Se llama Abama. A simple vista, es una postal perfecta: arena dorada, agua turquesa y una calma que te reinicia. Pero como todo lo bueno en las islas, tiene su pequeña historia y sus trucos. Te voy a contar cómo disfrutarla como uno de aquí, para que no te quedes solo con la foto bonita.

Una cala de postal con un pequeño secreto

A ver, que no te engañen los ojos: la playa es una maravilla. Pero tienes que saber que no es una cala que la naturaleza puso ahí sin más. Este pequeño paraíso fue creado, resguardado del Atlántico bravo por dos escolleras de piedra que la convierten en una piscina natural. Está justo debajo de un hotel de esos que quitan el hipo, pero que no te asuste: la playa es pública, de todos.

Lo primero que sientes al llegar no es el olor a mar, sino la sorpresa. Bajas por un camino serpenteante, entre jardines cuidados y el verde intenso de las plataneras que coronan el acantilado. Y de repente, ahí está. El contraste del azul del agua con la arena, que trajeron de fuera, es brutal. Aquí el ritmo es otro. No hay gritos, no hay vendedores de pareos. Solo el murmullo suave de las olas y gente que, como tú, ha venido a buscar un poco de paz.

Vista panorámica de la cala de Abama en Tenerife, con su arena dorada y el acantilado cubierto de plataneras.

La sensación es curiosa. Por un lado, te sientes en un lugar exclusivo. Por otro, sabes que estás en un trocito de costa que le pertenece a la isla. Esa mezcla es lo que la hace especial. Es un lujo, sí, pero un lujo democrático.

El truco para disfrutarla: cuándo y cómo ir

Aquí es donde se separa al visitante del que sabe a lo que viene. Ir a Abama sin un plan puede acabar en frustración, sobre todo con el coche.

  • El aparcamiento, la primera prueba: Ojo con esto, que no es broma. Hay un aparcamiento pequeño arriba, junto a la carretera, y se llena prontísimo. Mi consejo de amigo: o vas antes de las diez de la mañana o te esperas a media tarde, cuando los primeros empiezan a irse. Si no, te tocará dar vueltas o dejar el coche donde Cristo perdió el mechero.

  • La bajada, un paseo que merece la pena: Una vez aparcas, prepárate para un paseíto. Hay unas escaleras y rampas que te llevan hasta la arena. No es matador, pero tampoco es para bajar en chanclas con la nevera, la sombrilla y tres niños a cuestas. Tómatelo con calma, disfruta de las vistas. Hay un funicular, pero ese es para los huéspedes del hotel. Nosotros, los de a pie, usamos las piernas, que para eso están.

  • El momento perfecto: Si me preguntas a mí, el mejor momento no es a las doce del mediodía bajo el solajero. Es por la tarde. Cuando la luz empieza a dorarse y la mayoría de la gente se ha ido. Es entonces cuando la playa te enseña su verdadera cara. El atardecer aquí es de otra liga, con la silueta de La Gomera recortándose en el horizonte. Ver cómo el sol se esconde detrás de la isla vecina mientras tienes los pies en el agua es algo que no se paga con dinero.

  • El chiringuito: Hay un pequeño bar en la playa, que pertenece al hotel. Está bien para tomarte algo frío, un refresco o una cerveza, pero no esperes un chiringuito de pescadores con sardinas a la brasa. Es cómodo, las vistas son espectaculares, pero los precios van acorde al sitio. La opción B, la que hacemos muchos, es llevarse un bocadillo y una botella de agua. Ahorras y comes igual de a gusto.

Más allá de la toalla: el mar y los alrededores

Vale, ya has aparcado, has bajado y has encontrado tu sitio. ¿Y ahora qué? Pues a disfrutar del agua. Como te decía, las escolleras la protegen tanto que parece una piscina. No hay olas, no hay corrientes peligrosas. Por eso es un sitio ideal si vienes con críos. Pueden jugar en la orilla sin que te lleves un susto cada dos minutos.

Desde mi época de pescador ocasional te digo que aquí el fondo es tranquilo. Es un buen sitio para ponerte unas gafas y un tubo y curiosear. No vas a ver grandes bichos, pero sí un montón de pejines que se refugian entre las rocas de los espigones: sargos, fulas, alguna vieja despistada… Es un acuario para principiantes.

Atardecer desde la playa de Abama con la silueta de la isla de La Gomera en el horizonte y reflejos dorados en el agua.

Y si te cansas de estar tumbado, date un paseo por la escollera (con cuidado, que la piedra volcánica mojada resbala). Desde el extremo tienes una perspectiva diferente de la playa y del hotel, que parece una ciudadela de terracota colgada del acantilado.

Abama no es una playa salvaje de arena negra, de esas que te curten la piel y te llenan el alma de salitre. Es otra cosa, un pequeño lujo accesible. Un sitio para ir sin prisas, para leer un libro, para desconectar del ruido. La próxima vez que vengas al sur y te apetezca un día de calma, ya sabes dónde encontrar un buen refugio.

Preguntas frecuentes

¿Hay que pagar para entrar a la playa de Abama?

No, para nada. En España todas las playas son públicas. El acceso a la de Abama es libre y gratuito para todo el mundo. Lo único que es privado es el hotel y sus instalaciones, como el funicular, pero la playa y el camino para llegar son para todos.

¿Es fácil aparcar cerca?

Aquí está el quid de la cuestión. Fácil no es. Hay pocas plazas y mucha gente quiere ir. El truco es madrugar (llegar antes de las 10:00) o ir a última hora de la tarde (después de las 17:00). Si no, siempre puedes coger una guagua (autobús) que te deje en la carretera principal y bajar caminando.

¿Es una buena playa para ir con niños?

Es de las mejores del sur para ir con los más pequeños. El agua es una balsa de aceite, sin olas, y cubre muy poco a poco. Es como una piscina gigante y segura. Lo único a tener en cuenta es la caminata de bajada y subida, que con carritos y trastos puede ser un poco incómoda.

¿Se puede comer o beber algo allí?

Sí, hay un chiringuito que gestiona el hotel. Puedes tomar bebidas frías, cócteles y algo de picar. Es cómodo y las vistas son un 10, pero los precios son más elevados que en un bar de pueblo, lógicamente. Muchos de nosotros optamos por llevarnos la neverita con agua y unos bocadillos.

¿Y qué hay de cuidar el entorno?

Esto es de sentido común, pero nunca está de más recordarlo. La regla es simple: lo que llevas, te lo traes de vuelta. Y si puede ser, te traes también cualquier plástico que veas por ahí. Las colillas en un cenicero portátil, por favor. Esta playa es un tesoro, y depende de todos que lo siga siendo. Cuidémosla como si fuera el jardín de nuestra casa.

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