
¿Sabes esos pueblos de costa que parecen detenidos en el tiempo, donde nadie tiene prisa? Mucha gente pasa de largo por el sureste de Gran Canaria, pensando que solo hay viento y polígonos industriales. Pues mira, se equivocan de lleno. Te voy a contar por qué Arinaga es uno de esos sitios a los que escapo cuando necesito recordar cómo sonaba la isla antes del boom turístico. Es un secreto a voces entre los de aquí.
Lo mejor de Arinaga es que no tienes que elegir. Te pones las cholas, sales del coche y echas a andar por su avenida. No es un paseo marítimo de postal, de esos con franquicias y tiendas de souvenirs. Esto es otra cosa. Es el salón de estar del pueblo. Aquí huele a salitre y a la crema solar de los niños que corren hacia el agua.
El paseo son dos kilómetros que te llevan por toda la vida de la costa. Empiezas en la playa principal, de arena volcánica oscura, donde las familias plantan la sombrilla para pasar el día. El agua suele estar tranquila, protegida por el muelle. Sigues caminando y te encuentras con unas piscinas naturales que se llenan y vacían con la marea, un gustazo para un chapuzón rápido y seguro.
Pero la joya de la corona, para mí, es el final del recorrido: la playa del Zoco Negro. No esperes arena. Es malpaís puro, roca volcánica afilada que llega hasta el mar. Lo curioso es que alguien, con mucho ingenio, instaló unas hamacas gigantes de madera sobre las rocas. Tumbarse ahí, sintiendo el calor de la piedra y escuchando el mar romper a tus pies, es una sensación que te resetea por completo. Es la prueba de que aquí sabemos adaptarnos al terreno.
Si sigues el camino que sale del pueblo hacia el norte, el paisaje se vuelve más seco, más salvaje. El asfalto desaparece y te adentras en un mar de rocas volcánicas. Al fondo, solitario y elegante, se levanta el Faro de Arinaga. Desde esa atalaya tienes unas vistas espectaculares de la costa. Los días claros, cuando no hay calima, se ve toda la bahía y sientes la inmensidad del Atlántico.
Desde el faro, un sendero de tierra te lleva a la Reserva Marina de El Cabrón. Ojo, que esto no es una playa para ir con la sombrilla y los niños. Es uno de los puntos de inmersión más famosos de toda Europa. La vida que hay bajo esas aguas es increíble: viejas, meros, angelotes… Si eres buceador, ya sabes de lo que hablo. Si no, acércate con cuidado a la orilla y simplemente disfruta del paisaje. Es la naturaleza en estado puro, sin adornos.
Un día en Arinaga no está completo si no acabas con sabor a sal en la boca, y no solo por el mar. La zona del muelle viejo es un hervidero de restaurantes y terrazas donde se come un pescado fresco de verdad. Aquí no hay lujos ni platos con nombres raros. Hay manteles de papel, pescado del día y papas arrugadas con su mojo, como se ha hecho toda la vida.
Mi consejo es que te des una vuelta, mires las pizarras y te sientes en la terraza que más te llame. Si ves que está llena de gente de aquí, esa es la buena señal. Pide una ración de lapas a la plancha con mojo verde, y luego pregunta qué han traído los barcos ese día. Una vieja sancochada, un cherne a la espalda… Eso es comerse la isla a bocados. Y mientras comes, ves a los pescadores locales arreglando sus redes y a los chiquillos tirándose al agua desde el muelle. Es una estampa que vale más que cualquier guía.
Llegar es muy fácil, está justo al lado de la autopista GC-1. Aparcar entre semana no suele ser un problema, pero el fin de semana, sobre todo un domingo soleado, la cosa se complica después de las 11 de la mañana. Mi truco es aparcar en las calles de más adentro del pueblo y caminar un poco. Nunca falla.
Absolutamente. La playa principal de Arinaga es perfecta para ellos. El agua es tranquila, cubre poco y no hay corrientes peligrosas. Además, las piscinas naturales son como un parque acuático hecho por la naturaleza. El paseo es llano, ideal para carritos y para que corran sin peligro.
Depende de lo que busques. En verano hay más ambiente y más vida, pero también más viento. En los meses de otoño y primavera, como septiembre u octubre, el viento suele dar una tregua y la temperatura del agua es una maravilla. En invierno es un remanso de paz, perfecto para pasear y comer tranquilo.
Protector solar siempre, que el sol de aquí no perdona ni con nubes. Un sombrero o gorra, unas gafas de sol y los escarpines si eres de alma exploradora. Y un consejo de amigo: aunque vayas en verano, lleva siempre una rebequita o un cortavientos. Cuando el sol cae y el alisio aprieta, lo agradecerás.
No, y ojo con esto. La zona de la playa principal y las piscinas naturales es muy segura. Risco Verde también es una zona de baño popular, pero hay que tener más cuidado con las rocas. Ahora bien, la zona del Zoco Negro y, sobre todo, El Cabrón, tienen corrientes y un oleaje que pueden darte un buen susto. El mar aquí hay que respetarlo. Observa siempre a los locales; si no ves a nadie en el agua, por algo será.
Arinaga no te va a salir en las portadas de las revistas de viajes. Y mira, casi que mejor. Es un lugar para sentir el pulso real de la isla, para ver cómo vivimos los que somos de aquí. Así que la próxima vez que vengas, guárdate una mañana para desviarte de la ruta típica. Ven sin prisa, pasea, date un baño y cómete un buen pescado mirando al mar. Me lo agradecerás.
¿Te ha gustado este artículo? ¡Compártelo con tus amigos y familiares!